La capacidad del arquitecto se mide, podría decirse, en el paso correcto y coherente del proyecto a la obra construida. Cabría además no olvidar la dificultad creciente que comporta, por cuanto éste es un valor decisivo.
Andrea Deplazes (Construir la arquitectura. Del material en bruto al edificio. Un manual, GG, 2010) nos recuerda el símil tantas veces traído de la arquitectura y la obra literaria. Mejor dicho con la traducción de esta última a otra lengua.
En efecto, el uso correcto de la gramática o de la sintaxis es un requisito técnico indispensable, cuyo uso correcto o incorrecto puede influir decisivamente en el sentido de la obra original. Algo parecido sucede, pues, con la arquitectura. Siguiendo el símil está compuesta de materiales, elementos, estructuras, sistemas constructivos, que por sí solos no tienen sentido si no se vinculan conceptualmente a través del proyecto.
Esta es una relación compleja porque el camino entre el proyecto y su coherencia a través de la puesta en obra es de ida y vuelta. Las decisiones de la puesta en obra afectan a la obra construida y, por tanto, deforman el proyecto.
Por eso, repasar minuciosamente este proceso que comienza en el proyecto y acaba en la obra construida, y dar razones de esa interpretación tantas veces sujetas a la contingencia de la construcción, como hizo el pasado viernes 14 de febrero José María Sánchez en el caso del ‘Centro de tecnificación de Actividades Físico-Deportivas y de Ocio en el Medio Natural de la Cuenca del Tajo’ se antoja imprescindible para huir, quizá, de la fascinación idealista del resultado.
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