![]() |
Gerardo Caballero y Maite Fernández arquitectos. Showroom de Bicicletas Rodas. Rosario, Argentina. (fotografía Gustavo Frittegotto) |
Con la conferencia de Gerardo Caballero del pasado jueves 13 de marzo se cierra el ciclo de Arquitecturas de Autor de este curso 2013-2014. Y se suma al paso por la Escuela de alguno de los arquitectos más interesantes de la ciudad de Rosario, como ya sucedió con Marcelo Vilafañe (link a la entrada), que abría este mismo ciclo el año pasado.
La generación de Gerardo Caballero ha abierto el camino a muchos otros arquitectos rosarinos jóvenes que trabajan en un contexto radicalmente distinto al que conocemos en España. En la práctica, la ausencia casi total de iniciativa pública obliga a una relación del arquitecto con el cliente privado muy estrecha. Y a actuar, en la mayoría de los casos, bajo fuertes restricciones. Aquellas que plantean la arquitectura en términos de rendimiento y optimización económica. Sin embargo, éstas no son para Caballero limitantes. Todo lo contrario, son las reglas de juego de partida. Son las que permiten que exista la Arquitectura.
Quizá lo más complejo sea navegar por las propias restricciones. Lo explicaba, ya al final de la conferencia, con una anécdota magnífica:
Sin entrar ahora en detalles, contaba cómo en el ardor de juventud de un workshop, junto con un compañero de carrera creían tener el proyecto definitivo, el mejor posible, para resolver un frente marítimo incorporando unas piscinas naturales. Lo hacían con una línea recta, pura, de varios cientos de longitud, que separaba las aguas uniendo dos puntos de costa, las remansaba y ejercía el poder de la geometría sobre la naturaleza. Estaban convencidos de que Justo Solsona, con el que tendrían una sesión de crítica, quedaría maravillado, sin palabras. No podía haber un proyecto mejor resuelto, más simple, más inteligente.
Solsona miró el proyecto, dibujado con la pertinente simplicidad, y comenzó a poner objeciones. A sustituir la recta, por una línea sinusoidal, más lógica respecto a los empujes del agua, y a añadir muchas otras sugerencias, aquí y allá. No podían creerlo. Su proyecto era otro distinto, echaba por tierra la radicalidad de su idea. Obstinados, desecharon las correcciones del maestro y prosiguieron con aquella severa línea recta, que se imponía a lo obvio.
Con el tiempo cayó en la cuenta de que el maestro tenía razón. Aquel proyecto era mejor, resolvía con naturalidad más problemas y, en el fondo, perseguía la misma idea original. Caballero todavía conserva los trazos de Solsona sobre aquel plano. Seguramente los mira cada vez que tiene que recordar que las propias restricciones, son las más difíciles de manejar cuando se proyecta Arquitectura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario