Por encima del hecho físico, muchos han definido la ciudad más bien como un escenario que soporta actividades de muy distinto tipo, ya sea económicas, culturales, históricas,.. para así comprender los procesos de generación, crecimiento y cambio a la que está constantemente sometida. Cabría aquí recuperar la conferencia impartida el curso pasado por el sociólogo José Iribas que se refería a la ciudad como ‘acumulación para el intercambio’.
En efecto, la ciudad es edificios y calles gestionados por alguien o algo en la que se reúne una cantidad tal de población capaz de desarrollar una economía o sistema productivo, y también son relaciones, creatividad, intercambios, flujos. En la ciudad reside esta dialéctica entre crecimiento y cambio, y su acumulación es la que, por otro lado, la caracteriza y define como cultura e historia.
El crecimiento, que fundamentalmente ha estado soportado mediante tejido residencial, no siempre debe significar consumo de suelo y es posible avanzar políticas urbanas de mejora reutilizando el suelo ya consolidado para recrear los nuevos escenarios y aspiraciones de futuro, que no pueden ser ajenos a la historia y cultura sobre la que se asientan. La renovación urbana no tiene por qué estar limitada a la mera sustitución de una edificación, infraestructura o equipamiento envejecido u obsoleto. Estas operaciones, por tanto, obligan a compartir lo existente con lo nuevo, a proyectar lo nuevo en lo viejo, y a que el arquitecto sepa sacar lo mejor de ambos.
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