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Egon Eierman |
“Primero me preguntaba si estaba bien, después, si era bello”
El arquitecto alemán Egon Eierman desarrolló sus obras más reconocidas tras la Segunda Guerra Mundial, en un periodo donde predominaba un pensamiento pesimista que requería de un gran afán de superación y avance hacia el progreso. Destacado por su geometría, minuciosidad y elegancia, se distinguió por situar en primer lugar una cuidadosa ejecución de sus proyectos como medio y fin para lograr la belleza en sus creaciones.
Cuestión que, aunque permanente en la historia, no por ello es sencilla. De hecho, se trata de una de las cuestiones más espinosas para la arquitectura, a la cuál siempre le ha preocupado distinguir entre qué es bello y qué no lo es. Es común escuchar argumentos como que cada persona "ve el mundo de una manera diferente", algo así como decir que algo puede ser para alguien puede ser una maravilla, para otro puede carecer de cualquier interés. Se trataría de la noción popular del “buen gusto”, que se considera algo muy particular, propia del mundo de la subjetividad y que, por tanto, depende del contexto y la cultura en la que hayamos vivido. Y el colmo llega en la arquitectura, lo bello pasa también por ser algo funcional.
Aunque pueda parece que lo complejo de la cuestión de la belleza conlleve una desautorización a la hora de calificar una obra como bella, lo cierto es que existen multitud de herramientas que permiten apreciar algunas de las cualidades la arquitectura que, sin duda, contribuyen a su belleza. Eierman supera la condición subjetiva de la arquitectura y responde con eficacia a la función y las necesidades que requiere cada proyecto. Y por el camino, sus obras cobran una belleza propia, esencial que no es añadida.
El pasado viernes (27.03.2015), el grupo compuesto por Jesús Egido, Helena Iborra, Naiara Igartua, Oihan Larraza y Virginia Yoldi (los autores de este texto) presentaron la obra de Egon Eiermann a toda la clase en el último seminario del curso 14-15.
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