miércoles, 18 de marzo de 2015

La meta del arquitecto

Francisco J. Sáenz de Oíza

Entrevista publicada en Lápiz, n.32, 1986. SÁENZ DE OÍZA, Francisco Javier; Escritos y Conversaciones, Fundación Caja de Arquitectos, Barcelona, 2006, p. 44.

(Extracto)

Lo que más ha influido en mi formación ha sido mi infancia, la vida elemental vivida en los primeros años de mi juventud. La necesidad de la vida me ha llevado a tomar contacto con la vida del campo de Navarra, sé lo que es segar, trillar y hacer vino, y a la vez he vivido la vida urbana. Esa enseñanza que me dio la vida primitiva, la tengo presente constantemente. A través de la vida en el campo he entendido mejor la lección de la Universidad. También en la vuelta a la infancia está aquel movimiento circular del que antes hablábamos. Para el anciano todo es sabido, y para el joven todo es novedad. Y es evidente que el hombre que como yo se encuentra a punto de morir, descubre el ensueño que tiene la edad primera en la que todo es posible.

Fullaondo decía que se notaba que había usado escaleras de caracol y que había hecho muchos levantamientos de iglesias. Este movimiento por el campo de mi infancia, midiendo tantas iglesias románicas como hay en Navarra, a lo mejor ha dejado su huella en Torres Blancas.

El resumen de mis cuarenta años de vida profesional sería hacer entender a los jóvenes que, trabajando con pasión y entusiasmo, cualquier trabajo es gratificante. Poner las miras en una meta que se sabe no se va a alcanzar, es una idea de Joyce: la belleza es un bien inalcanzable, pero luchar por ella es lo que hace feliz esta existencia.


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